Todo comenzó con el comentario de un amigo, que le sugirió
viajar a la Argentina para estudiar español. Al llegar, una de las rutinas que
más le sorprendieron fue el hábito de sentarse a tomar un café en un bar. “Me
encanta que acá se toman su tiempo, se sientan, beban su café y recién después
se van. No lo tienen en la mano mientras caminan, como sucede en Nueva York. Me
gusta que acá la vida personal está primero y recién después viene el resto.
Cuidar la salud mental es muy importante”, dice.
Al igual que los exploradores o los pintores viajeros, quienes
buscaban contar desde su extrañamiento cómo eran las regiones lejanas que
visitaban, la cocinera Christina Sunae se ha convertido en una “embajadora” de
la comida filipina dándola a conocer en nuestro país a través de sus platos,
libros y charlas. Con un instinto que la lleva a estar siempre en movimiento
acaba de mudar su restaurante de tapas asiáticas, Apu Nena, a un espacio más
grande en Chacarita. Además, dirige su local gastronómico en Manila, llamado
Sunae Asian Cantina, donde sorprende con sus recetas que incluyen productos
nacionales. Y, como la cocina entra por los ojos, publicó Kusinera Filipina, un
impactante libro de recetas e imágenes enfocado en la cultura filipina a través
de su cocina.
Hace 18 años que llegó nuestro país y eligió este territorio
no solo para formar su familia sino también para establecer sus locales
gastronómicos. “La verdad es que me gusta mucho mi vida acá. Buenos Aires es
una ciudad muy clásica, que tiene una gran cultura y una onda especial”.
“Yo nací en Carolina del Sur (Estados Unidos). Mi papá era
norteamericano y mi mamá biológica era coreana. Viví con ella hasta mis cuatro
o cinco años en Okinawa (Japón). Después, mi papá se casó con una mujer
filipina y ella fue quien me crió. La persona que yo llamo mamá es mi mamá filipina”,
cuenta.
“Cuando mis padres se separaron me fui un tiempo al estado
de Tennessee con mi abuelo paterno. Pasé un tiempo allá. Él tenía una huerta y
aprendí mucho de la cocina del sur de Estados Unidos de esos momentos. Después
nos mudamos a Filipinas porque mi mamá quería ir a ver a su familia y nos
quedamos allá por cinco años”, añade la cocinera, quien actualmente tiene 48
años.
Un nuevo país, un idioma diferente, familiares que aun no
conocía y nuevos amigos. Podría decirse que el cambio que se produjo en la vida
de Sunae fue enorme, pero ella lo recuerda con un gran cariño porque fue el
momento en que su pasión por la cocina despertó. “Allí se dieron mis años
formativos de la niñez, que son los más importantes. Aprendí un montón de la cocina
autóctona. Por eso preparo muchas recetas filipinas. Ese es mi fuerte y la base
de todo lo que hago la aprendí con mi abuela, mi mamá, mis primas, mis tías.
Hasta con mis tíos, que eran quienes cocinaban el lechón.”
Al hablar de la cocina filipina, Sunae trae al presente una
frase que solía escuchar durante su infancia. “Hay un dicho que sostiene que en
Filipinas el plato no se termina en la cocina sino en la mesa. Esto se debe a
que lo fundamental en este tipo de comida son las salsitas para acompañar”.
“Otro ingrediente importante es el vinagre que, como hace
mucho calor allá, es preparado con distintos tipos de frutas o caña de azúcar.
El vinagre es un ingrediente fundamental en todas las comidas y se lo puede
usar durante la cocción, directamente en el plato o en una salsita sobre la
mesa para mojar la comida”. La sal de pescado, elaborada con huesos y carne,
también es un ingrediente indispensable en la mesa filipina y se utiliza igual
que un salero común. “Yo la uso en todo. También existen un montón de
condimentos, hay fermento de camarón, que se usa para condimentar. Usamos
también salsa de soja, pero es diferente a la japonesa. La que utilizamos en
Filipinas es más espesa y oscura”, añade.
Como si develara un secreto, Sunae también cuenta que hay otro
producto fundamental en la cocina de este país que destaca no solo por su sabor
sino también por su valor simbólico. “Al coco se lo considera el ‘árbol de la
vida’ porque se lo usa de forma completa. Cuando aun está verde tiene adentro
jugo natural. Cuando madura, se puede sacar la carne que tiene dentro. Se lo
raya y se lo deja en agua y leche. La carne, cuando aun es jovencito, se usa
para postres y caldos. Por su parte, la madera sirve para hacer carbón. El
tronco tiene palmitos, que se pueden comer. Con las hojas se envuelven comidas
o se confeccionan canastos. Todo esto con un mismo árbol. El coco es importantísimo
en la cocina filipina”.
Tras vivir durante una temporada en este país compuesto por
siete mil islas, Sunae y su familia regresaron a Estados Unidos. “Eso ya fue en
mi adolescencia, tendría 14 años. Fue entonces que empecé a trabajar en
gastronomía en Carolina del Sur. Mi mamá era contadora pero, como éramos una
familia grande, tanto ella como mi papá tenían un segundo trabajo. La ocupación
extra de ambos era en gastronomía. Vivíamos en una ciudad turística, mi mamá
trabajaba en un hotel y era la gerenta del salón del restaurante. En ese lugar
empecé a oficiar de runner (persona que lleva los platos desde la cocina hacia
el salón). De noche, ese mismo verano, también me sumé como empleada en el club
en el que trabajaba mi papá, también como runner”. Luego, experimentó en otros
puestos, como camarera y recepcionista.
Años después, Sunae abandonó Carolina del Sur y, tras una
corta estadía en el estado de Colorado, se instaló en Nueva York, ciudad en la
que estudió la carrera de negocios y marketing en la universidad. “Intenté
trabajar un ratito de esto pero siempre mantuve mis labores en gastronomía de
noche. Trabajé cuatro años en marketing, en una empresa de cosméticos. En ese
momento también era bartender. Terminaba a las tres de la mañana y a las ocho
ya estaba yendo a fichar a la oficina”.
Este ritmo de vida hizo que la cocinera comenzara a sufrir
un incipiente burnout y que buscara nuevas opciones para su vida. Gracias a la
sugerencia de un amigo, decidió viajar a la Argentina para estudiar español.
“Ahorré la plata de las propinas que me daban en el bar y me vine”, recuerda.
Aquí en la Argentina, la cocinera conoció a Franco
Ferrantelli, el papá de sus dos hijos y su primer socio. Juntos inauguraron
dentro de su casa Cocina Sunae, un restaurante asiático a puertas cerradas, en
2008. “Creció tanto pero tanto que ya no podíamos tenerlo en casa y así fue que
nos mudamos a un local mucho más grande. Así nació Cantina Sunae. Luego yo me
divorcié y abrí ApuNena, mi nuevo restaurante, junto a mi socia Florencia
Ravioli”. Este local está ubicado en el barrio de Chacarita y se caracteriza
por ofrecer tapas asiáticas inspiradas en el confort food (comida confortable)
que preparaba la abuela filipina de Christina. La particularidad de estos
platos es que varios de los ingredientes de las recetas tradicionales fueron
reemplazados por productos locales.
Gracias al gustoso sabor de los platos y a una mayor
inquietud de los clientes por la comida asiática, ApuNena comenzó a llenarse
cada vez con mayor velocidad y la cocinera y su socia decidieron mudarse a un
local más amplio. “Estoy contenta con el nuevo restaurante. Recién lo abrimos,
estamos a dos cuadras del local anterior. Éste es mucho más grande y podemos
recibir a más gente. Siempre estoy trabajando en platos nuevos, con productos
de la Argentina pero con recetas de origen filipino”, cuenta sobre su
incansable labor.
Destacando la importancia de vivir en el “aquí y ahora”,
Sunae asegura que el éxito de su restaurante se produce en un momento en que el
paladar de los argentinos fue ampliándose y que existe una mayor curiosidad por
probar sabores nuevos. “Cuando yo llegué en el 2005 solo había lugares para
comer pizza o pastas. Tampoco había una gran variedad de sándwiches, eran todos
de miga. Era muy difícil.”.
“Yo, en realidad, traje estas recetas por mí. No como la
comida que comen los argentinos a diario, como arroz todos los días. Puedo
disfrutarla una vez a la semana pero no todos los días. Fue por eso que empecé
a cocinar en mi casa. Invitaba a mucha gente y se volvían locos con la comida
filipina. Esto me llevó a abrir el restaurante a puertas cerradas”.
A casi dos décadas de su llegada al país, la cocinera
asegura que la gastronomía argentina “cambió totalmente. Es increíble cómo
creció la cocina asiática. Antes, cuando yo llegué, había sólo algunos locales
de comida china y algunas cadenas de sushi que no eran muy buenas. Ahora
tenemos una gran variedad. Para mí el paladar de los argentinos se está
transformando y están mucho más abiertos para comer y conocer. También muchos
cocineros jóvenes empezaron a viajar y trajeron conocimientos que aplicaron en
sus cocinas”.
Debido a sus raíces súper arraigadas, la chef recibió la
propuesta de abrir en 2020 Sunae Asian Cantina, su propio restaurante ubicado
en Manila, la capital de Filipinas. Ella no dudó en aceptar la oferta pero, a
diferencia de lo que podría esperarse, en el menú no ofrece las recetas tradicionales
originarias sino que tomó las propias e incluyó productos argentinos.
“Hay un temón y es que mi inspiración culinaria es mi
paladar de filipina pero, cuando preparo los platos, yo estoy acá en la
Argentina. Entonces, hay comidas que hago en ApuNena y después las llevo para
allá. Por ejemplo, una de las preparaciones es un tamal increíble que allá
normalmente se prepara con una hoja de plátano, luego se cocina el arroz, se
arma una masa y se le agrega leche de coco. Después, el relleno tiene cerdo,
huevo, achiote y maní. Esa es la receta original, pero acá en la Argentina, en
vez de usar cerdo, decidí hacer un curry de cordero. Bueno, ese plato lo llevé
a Filipinas y les encantó. La hice en la Argentina con ingredientes locales y
lo volví a llevar a su país de origen. Muchas personas vinieron y me dijeron:
‘Está buenísimo el plato con cordero’”.
Orgullosa de haber logrado sorprender a los clientes de ambos países, Sunae bromea: “Al final, mis platos terminaron siendo exóticos tanto para los argentinos como para los filipinos”.